Las envenenadoras de Nagyrév
Durante el periodo de entreguerras, en algunos pueblos de la región de Tiszazug y, concretamente, en Nagyrév, un pueblo agrícola húngaro, a unos cien kilómetros de Budapest, proliferó una comunidad de asesinas que acabaron con la vida de unas trescientas personas, que, por distintos motivos, consideraron “molestas”.
Todo comenzó al inicio de la Primera Guerra Mundial, cuando muchos hombres de la región tuvieron que abandonar sus hogares al ser reclutados para luchar por el Imperio Austro-Húngaro. En la misma época se establecieron en la zona campamentos para prisioneros, que disponían de una cierta libertad controlada. Estos jóvenes extranjeros comenzaron a visitar Nagyrév y se convirtieron en amantes de muchas mujeres que, libres de maridos y prometidos, podían relacionarse con ellos tranquilamente.
Pero esta situación “idílica” terminó bruscamente cuando los maridos, padres y otros parientes empezaron a regresar a sus casas. Los veteranos de guerra quisieron retomar sus vidas por donde las dejaron, esperando que sus mujeres fuesen tan sumisas y obedientes como antes. Sin embargo, estas mujeres, que lograron una independencia y liberación que no habían llegado a experimentar hasta entonces recibieron a sus familiares con una gran frialdad. Ellos, en muchas ocasiones, también habían cambiado: los horrores de la guerra los volvieron más agresivos e intolerantes y, algunos, además, estaban terriblemente mutilados o ciegos.
Una de las campesinas detenidas.
Todas las imágenes del post pertenecen al Hungarian National Museum
(Magyar Nemzeti Múzeum) y fueron tomadas durante las
detenciones y el juicio.
Las esposas buscaron la ayuda de una mujer valorada en la comunidad. Se trataba de la comadrona Julia Fazekas, que, en aquella época, al no existir ningún hospital en la zona, cubría las necesidades médicas de estas poblaciones. Sólo llevaba viviendo en Nagyrév tres años, pero ya era una persona respetada porque las comadronas eran consideradas “mujeres sabias” que actuaban como médicos y, además, logró ganarse la confianza de algunas familias a las que había ayudado a deshacerse de los bebés no deseados. De hecho, esta mujer fue detenida en numerosas ocasiones por practicar abortos ilegales, aunque siempre quedó libre por falta de pruebas.
Fazekas consideró que, una buena solución y, al mismo tiempo, un medio de obtener ingresos extra, era facilitarles a todas aquellas mujeres arsénico obtenido con un método casero: mediante la ebullición de tiras de papel atrapamoscas. La comadrona, ayudada por una de sus auxiliares, Susanna Olah, alias “Tía Susi”, y algún otro cómplice, logró inducir a las asesinas a cometer los crímenes y proporcionó el veneno que todas ellas utilizaron. Unas cincuenta envenenadoras compraron el arsénico y, lograron en pocos años aumentar notablemente la tasa de mortalidad de la región.
Cuando algún funcionario pedía explicaciones de este llamativo aumento de la mortalidad, un primo de Fazekas presentaba los certificados de defunción, que él mismo había firmado, para demostrar que las muertes eran naturales y que todo estaba en orden.
Los envenenamientos comenzaron en 1914, con el asesinato de Peter Hegedus, y finalizaron en 1929. Según Béla Bodo, un historiador húngaro-estadounidense, autor del libro Tiszazug: A Social History of a Murder Epidemic, los crímenes cesaron cuando una carta anónima al editor de un pequeño periódico local acusó a las mujeres de la región de Tiszazug de acabar con la vida de sus familiares mediante envenenamiento. Las autoridades exhumaron decenas de cadáveres en el cementerio local. Tras encontrarse arsénico en sus cuerpos, si iniciaron las detenciones de los sospechosos.
La imagen muestra el inicio de las detenciones de las sospechosas. Algunas llevan a sus hijos
Este autor, que creció en la región, revela en su obra las posibles causas sociales que propiciaron estos despiadados crímenes. Examina, por ejemplo, los elementos de la cultura campesina húngara del periodo de entreguerras, tales como el abandono tradicional de los ancianos, enfermos y discapacitados, que resultó favorable a una solución violenta de los problemas familiares. Además, analiza el contexto histórico-político en el que se desarrollaron los hechos, una época extremadamente difícil y dura, en la que se vivía con mucha pobreza y desesperación. Todo ello para intentar profundizar en la explicación de esta oleada de crímenes en la que participaron tantas personas.
En aquella época, los matrimonios eran concertados por la familia y el divorcio no se aceptaba socialmente. De manera que las mujeres, frecuentemente, tuvieron que soportar a hombres que no amaban, muchos de ellos maltratadores y alcohólicos. Sin embargo, no todas las víctimas fueron de este tipo. También se acabó con la vida de padres ancianos, maridos mutilados por la guerra o, incluso, de los hijos.
Cuando, finalmente, la comadrona fue detenida, se mantuvo firme en el interrogatorio y negó todas las acusaciones, afirmando que no podían demostrar nada. Las autoridades decidieron dejarla libre para tenderle una trampa. Sabían que ella se pondría en contacto con sus clientas para advertirles de que su “fábrica de arsénico” había cerrado. Así lo hizo, y cometió el error de visitarlas personalmente, de manera que, involuntariamente, le indicó a la policía a quiénes debía detener.
Se hicieron treinta y siete detenciones y se logró que veinte y seis mujeres fuesen a juicio.
Algunas de las detenidas durante la celebración del juicio
Entre las personas procesadas se encontraba Olah, ya septuagenaria; Maria Kardos, que asesinó a su marido, a su amante y a su hijo de veintitrés años; Rose Hoyba, que confesó haber acabado con la vida de su esposo por ser “aburrido”; Lydia Csery, que mató a sus padres; Maria Varga, que asesinó a su marido, que se quedó ciego en la guerra, porque se quejó de que ella traía demasiados amantes a casa; Juliena Lipke, que asesinó a su madrastra, su tía, su hermano, su cuñada y su esposo; y, finalmente, Maria Szendi, que justificó ante el tribunal su crimen de este modo:
Maté a mi marido porque él siempre quería tener el control. Es terrible la forma en que los hombres siempre quieren todo el poder.
Una de las procesadas declarando en el juicio
Ocho fueron condenadas a pena de muerte mediante la horca; siete, a cadena perpetua y el resto pasó algún tiempo en la cárcel. Entre las ejecutadas se encontraba “Tía Susi”, acusada de haberse encargado de las distribución del veneno, en el caso de varios clientes. Su hermana también recibió la máxima pena. Uno de los asesinos, según afirmaba una habitante de Nagyrév que actualmente tiene 93 años, se ahorcó para evitar el arrestro. En cuanto a Fazekas, logró evitar la ejecución suicidándose con el mismo veneno que tantas veces había vendido.
Enlaces: wikipedia, laurajames, trutv, pagina12, angelmakers, jfh.sagepub, tankonyvtar.
http://www.ovejaselectricas.es/
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