POR AURORA FLÓREZ; Fuente y fotografías: Diario ABC
El arzobispo de Sevilla, monseñor Juan José Asenjo, bendecirá el sábado el Santo Cristo de la Universidad, creado por Juan Manuel Miñarro para la Hermandad Universitaria de Córdoba ciñéndose escrupulosamente a la imagen revelada en la Sábana Santa.
Es cierto que se mueve bajo las manos la piel del Cristo de la Síndone de Miñarro, como si fuera su último latido. Se ondula de dolor, de miedo y de verdad. Es el crucificado que el imaginero y profesor Juan Manuel Miñarro ha gubiado para la Hermandad Universitaria de Córdoba, que, bajo la advocación de Santo Cristo de la Universidad, será bendecido el próximo sábado por el arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo, en la iglesia de San Pedro Alcántara de aquella capital.
Mañana la impactante imagen del Señor muerto, reflejando tal y como fue su tortura siguiendo las pautas de la Sábana Santa de Turín, viajará hacia Córdoba desde el taller de Miñarro reflejando más de nueve años de labor, de estudio multidisciplinar, de arte doliente puro surgido de las manos del escultor, que ha reflejado el tremendo castigo sufrido por Jesús en un cuerpo lacerado, cuya visión provoca piedad e invita a la reflexión y a la devoción.
Empieza a despedirse el imaginero de su Cristo vencido en una agonía de asfixia y terror, una representación de la realidad que ninguna hermandad vieja o nueva de Sevilla ha sabido o querido entender y buscar, y con la que ha creado un fuerte vínculo parecido al que mantiene con la Síndone, entre la duda y la certeza de su veracidad.
Sin duda, la imagen sobrecoge y más aún si se piensa en que fue el aspecto que debió presentar el cuerpo del hombre de la Síndone aún en su cruz, a la media hora de haber muerto, cuando por mor del esfuerzo y del tremendo sufrimiento, empezó a hacer su aparición el rigor mortis. Miñarro ha reflejado las heridas que exudan líquido seroso, los coagulos de sangre, los ciento veinte exactos latigazos con el flagrum taxillatum, con sus tiras de nervio terminadas en bolas de plomo: el rostro hinchado, la nariz rota, las lágrimas en los ojos al expirar, la sangre en la boca, con la lengua seca, cianótica, apenas entrevista, la lanzada en el costado y el borbotón sanguinolento y de fluidos, las rodillas desgarrada, el vientre inflamado debido a la muerte por asfixia, los treinta y seis puntos sangrantes entre la frente y la nuca por la corona de ziziphus jujuba o espina Christi, con sus puntas ganchudas, la misma que lleva la imagen cubriéndole la cabeza, como si fuera un casco. En la primera imagen, la tablilla de la cruz, en arameo, latín y griego, escritos de derecha a izquierda. En la siguiente imagen, detalle de las heridas rodillas. En la última instantánea, el rostro del Cristo refleja la tortura y la muerte en sus ojos hinchados, la nariz rota, la boca llena de sangre
«Es la interpretación de cómo fue el calvario del Señor, exactamente igual a cómo quedó reflejado en la Sábana Santa». Para Miñarro «nada es caprichoso» en la imagen, a la que ha llevado el mapeado de las heridas en un proceso de darle dimensión y recrear en la policromía el color de los fluidos y la sangre, de los edemas cadavéricos, utilizando diversos productos para recrear la textura sangrante o la del suero amarillento propios de una muerte con mucho sufrimiento.
«No he intentado sólo interpretar, sino verificar tridimensionalmente al hombre de la Síndone», explica Miñarro.
Nada en esta representación del Cristo de la Síndone se debe a la improvisación o imaginación. La visión de su cuerpo en la cruz —de 2,20 metros y construida con rigor arqueológico— está basada en modelos anatómicos en los que ha estudiado cómo se comportan los ligamentos y cómo es la caída del cuerpo al morir. Por ello, la cabeza aparece hundida entre los hombros y el cuerpo despegado del madero, con las rodillas flexionadas y todo el peso yendo hacia los pies. La impresión es de trasparencia en la parte superior y más oscura en la inferior por efecto de la bajada de la sangre en un cuerpo que no estuvo más de tres horas cruficicado y que luego fue envuelto en un lienzo, que no lo cubrió más de cuarenta horas. Es el cuerpo que descubrió la Síndone y que Miñarro ha sabido y querido moldear. Su vista no deja indiferente a nadie.
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